Recetario de Vida

Dicen que la vida te cambia en un abrir y cerrar de ojos, pero en mi caso, fue en el instante en que mi cerebro decidió rebelarse contra mí. Después del ictus y, sobre todo, tras la cirugía, queda algo que no esperaba: las secuelas. Estas se convierten en compañeras permanentes, un recordatorio constante de que nada vuelve a ser exactamente como antes. Y con ellas tendré que convivir el resto de mi vida.

Llegado este punto, tienes dos opciones: rendirte a la evidencia y resignarte, o levantarte cada día dispuesto a luchar por mejorar. Lo más fácil sería lo primero, claro está, pero lo fácil rara vez es lo correcto. Así que aquí estoy, publicando mi vida no solo como una forma de terapia —aunque ayuda más de lo que admito—, sino con la intención de ofrecer a quienes están en una situación similar un atisbo de esperanza.

No os engañaré, el camino de la recuperación es largo y, al menos para mí, se siente interminable. Hay días en los que las mejoras parecen tan pequeñas que te preguntas si realmente estás avanzando. Pero incluso los pasos más diminutos cuentan, aunque a veces no lo parezca.

Con estas líneas, más que palabras, quiero compartir mi vivencia y mis experiencias. No son consejos, ni una guía definitiva, porque cada proceso es único, como las cicatrices que llevamos. Es simplemente mi forma de decir: aquí estoy, sigo adelante, y tú también puedes hacerlo.